jueves, 31 de diciembre de 2020

Jól Blót


—Ten cuidado en el pueblo —le advirtió su padre—. Han llegado guerreros a puerto.

—No os preocupéis, padre —contestó Asmund—. Sabré apartarme de ellos, ya no soy un muchacho.

Pero su padre no abandonó el gesto de preocupación mientras veía a su hijo cargar las pieles obtenidas en el carro. Deseaba acompañarle, tenía un mal presentimiento y no podía apartarlo de su mente. Pero la pierna que se había herido en una de las incursiones a tierras del norte le llevaba doliendo varios días y casi no podía caminar.

—Y vuelve pronto —continuó—. Sabes que esta noche es Jól Blót y Odín saldrá de caza.

Asmund no pudo esconder su sonrisa descreída que no pasó desapercibida para su padre. Luego volvió la vista hacia la entrada de la cabaña por la que salía su madre retorciéndose las manos con preocupación.

—¿Tienes que ir hoy? —le preguntó con una nota de temor en su voz.

—Tranquila, madre. Volveré antes de que anochezca. Sabes que cuando lleguen las nieves será imposible llegar hasta allí con el carro. Las ruedas se hundirán en el camino. Y, además, necesitamos algunas cosas para pasar el invierno. No os preocupéis. No me entretendré ni me meteré en ningún lío —intentó tranquilizarla con una sonrisa.

Pero su madre seguía con una expresión preocupada en el rostro como si se hubiese contagiado de la inquietud de su padre. Eran ya ancianos y todos sus hijos habían muerto de enfermedades o en los viajes de saqueo a tierras extrañas. Asmund subió al pequeño carro y se dirigió hacia el pueblo con paso lento. El caballo tampoco parecía tener excesiva prisa y arrastraba las patas sobre el terreno con indolencia. El viento era frío y agitaba su negro cabello con fuerza. Vendería fácilmente las pieles que transportaba  y estaba seguro de conseguir por ellas un buen precio. Tal vez le comprase a Irsa algún bonito brazalete para que dejase de estar enfadada con él. Sonrió recordando la pálida cara de la muchacha con ese mohín que tanto le gustaba.

No tardó mucho en alcanzar su destino. Afortunadamente los caminos no estaban muy embarrados y se podía circular sin excesiva dificultad. Por esa razón bajaba al pueblo ese día, antes de que las nieves convirtiesen los senderos en barrizales dificultando la circulación de carros y personas. La fría brisa marina le golpeó el rostro y tuvo que entrecerrar levemente los ojos para protegerse. El pueblo, desde lejos, parecía dormir y solo los humos de las casas parecían tener vida. Pero sabía que era una sensación ilusoria, pues la gente se movía por él enfrascada en su actividad diaria como comprobó al llegar a las primeras casas. Bajó del carro y tomó las riendas del caballo para dirigirse al centro del poblado. Unos niños correteaban detrás de un perro huesudo y famélico mientras reían felices. Sus piececillos se hundían en el suelo húmedo y salpicaban a los viandantes que les gritaban enfurecidos.

 

Los truenos rompieron la tranquilidad de la noche invernal. Los que los escucharon supieron que no eran truenos normales, no en esa época del año. Todo Midgard permanecía silencioso y expectante en la noche del Jól Blót, la noche del solsticio de invierno. Cuando Odín reunía su horda de espíritus humanos para dar caza a aquellos difuntos que habían perdido el camino al mundo de los muertos.

Asmund abrió los ojos, despertado por los truenos. Parpadeó sin saber dónde se encontraba. Sus ojos solo descubrieron oscuridad y algunos puntos luminosos en el cielo. Se encontraba tumbado en mitad del camino. Solo, sin otra compañía que el viento helado que agitaba sus ropas. El carro con el caballo de su padre no estaba junto a él. No recordaba mucho de lo ocurrido. Lo último que recordaba era a aquel guerrero borracho que se había abalanzado sobre él cuando pasó junto a un grupo de hombres de mirada feroz. Levantó lentamente la cabeza y sintió un fuerte pinchazo en la sien. Todo empezó a darle vueltas y tuvo que volver a apoyarla en el suelo frío y cerrar los ojos. Muy despacio volvió a intentarlo. Esta vez consiguió sentarse a pesar del insoportable dolor. El cielo volvió a retumbar. Gimió mientras se llevaba las manos a las sienes intentando aliviar el dolor con un suave masaje. Pero algo le hizo detenerse. Se escuchaban unos ladridos lejanos y un retumbar sordo. Contuvo el aliento para escuchar mejor. Los ladridos estaban cada vez más cerca y el temblor pasó a ser más fuerte como si un ejército cabalgase en la noche. Sintió un escalofrío que le heló la sangre y abrió los ojos de manera exagerada. No podía ser, era una leyenda. Nunca había hecho caso de esas historias que los skaldir, los poetas, cantaban. Pero allí estaba él. Lejos del pueblo en la noche de Jól Blót escuchando a un grupo de jinetes acercándose al galope y rodeado de perros, porque ya no era uno solo el que escuchaba. Intentó levantarse con precipitación, pero el dolor le obligó a doblar una de sus rodillas y apoyarla en el barro del camino. Tenía que levantarse cuanto antes. Su vida dependía de ello. Trastabilló y consiguió ponerse en pie un tanto precariamente. El ruido de cascos sonaba cada vez más cerca. Tenía que escapar de allí. Intentó correr, pero sus inseguras piernas se lo impidieron. Estaban muy cerca. Comenzó a respirar de forma agitada y trató de apartarse del camino, pero allí no había árboles ni un lugar donde refugiarse. La poca luz que la luna producía no era suficiente para ver más allá de unos pocos pasos. Los ladridos eran ahora claros y Asmund comenzó a gimotear ruidosamente sin apenas darse cuenta. Tropezando a cada paso intentó alejarse del sendero, pero ya era demasiado tarde. El sonido del galope era atronador y no pudo evitar girar la cabeza en esa dirección. El camino estaba completamente ocupado por los jinetes que se acercaban hacia él. Un caballo de ocho patas montado por un anciano con un solo ojo cabalgaba en primer lugar y a sus flancos varios guerreros le seguían. Llevaban capas deshilachadas que flotaban en la fría noche como alas de cuervo y sus cascos brillaban levemente con la tenue luz de la luna. Sus ojos eran simples cuencas oscuras y uno de ellos sonrió al ver al humano en mitad del camino tratando de escapar. Era una boca sin labios solo poblada de algunos dientes. Asmund gritó de pánico y trató de escapar, pero cayó en mitad del barro y ya no se levantó.

 

A la mañana siguiente uno de los hombres del poblado salió de éste en dirección al bosque para comprobar las trampas de conejos que había dejado allí la pasada tarde. Vio un bulto en mitad del sendero y se acercó. Al ver que se trataba de un hombre trató de darle la vuelta para descubrir si estaba vivo o no. La mueca de horror que descubrió en la cara del caído le hizo retroceder dos pasos. El pobre diablo había muerto de miedo en la noche de Jól Blót. La noche en que Odín sale con sus hordas de espíritus humanos en busca de difuntos perdidos.



 El otro día recordé este relato que había publicado en la antología de Vuelo de Cuervos. Son de aquella época en la que tenía mucho más tiempo para dar rienda suelta a mi imaginación. Está recogida en la antología que puede descargarse en Lektu, pero quería recuperarla para mi blog y así hacerme una llamada de atención a mí misma: tengo que buscar tiempo para retornar a la vida a mis personajes dejados en un rincón.

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